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viernes, julio 26, 2024
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La razón de los sentimientos

Escribía Eduardo Galeano que «nos enseñan a sufrir la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo, a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo». Hace tiempo que nuevas ingenierías andan vendiendo la idea de una infancia y adolescencia con la ecuación soledad-sonrisa: el gozo individual, un placer superficial asociado a poseer cosas y despegar el valor de la autonomía por encima de todo. Un viejo ideario sobre la libertad se está extendiendo por todas partes, consiste en defender exageradamente el mercado libre transmitiendo un culto más que dudoso al esfuerzo, dibujando fronteras con las capas desprotegidas, proponiendo el cierre de las prestaciones sociales.

Comenta la pedagoga Eva Bach que aún se prioriza en la escuela el saber y el conocimiento por encima del sentir y la sensibilidad, es decir, la razón por encima de la emoción, cuando la neurociencia ha demostrado que un cociente intelectual (QI) alto no garantiza el éxito: “siento, luego existo” un giro que Rousseau matizó a René Descartes. Obviar que el bienestar general depende del resto es cuestionar que la satisfacción nos la aporta (o nos la niega) quien nos rodea. Todos los sentimientos son legítimos pero no todas las conductas lo son. La escuela es un marco idóneo que ofrece espacios llenos de oportunidades y estímulos que llenan de sentido los descubrimientos y dudas de todas las infancias. Sin embargo, sin abrazos no hay humanidad. Lo que ocurre dentro de las personas, entre nosotros y en las interacciones con el mundo natural, son requisitos imprescindibles que acompañan a otras posibilidades que no se encuentran sólo en la escuela, ni en la familia. Las fragilidades son consecuencia de la desprotección de quienes no gozan de recursos para afrontar con resiliencia las adversidades. Las democracias precisan a las humanidades para el buen funcionamiento de la inteligencia, para garantizar mecanismos de autoobservación dirigidos a regular los comportamientos; autoestima, en definitiva, fruto de un diálogo permanente (interno y externo), una vinculación afectiva que puede traducirse en soluciones creativas y justas. La educación emocional favorece la mejora de la vida personal y relacional previniendo conductas de riesgo, promoviendo el buen gusto. A menudo las injusticias arrinconan las experiencias más válidas, conviene recordarlas.

La transmisión emocional siempre, sea sana o no, es una constante de intercambio entre los seres. La premio Príncipe de Asturias, Martha Nussbaum, consideraba que el humanitarismo está en crisis y que hace falta mucha constancia para trascender ideologías y situar en primer orden los desajustes mundiales, el acercamiento hacia los que sufren. Hace tiempo que los colectivos docentes que conviven en los centros formativos reclaman que se haga efectiva una sociedad del aprendizaje superando la fórmula de “administración de saberes”, movilizada por una inteligencia colectiva capaz de producir prácticas sociales conducidas por instituciones y grupos, con procedimientos comunes que nos liberen de entornos cerrados para abrir la mirada a otros cuidados. Agrupaciones que no son indiferentes al malestar y se organizan en forma de redes para encontrar direcciones que permitan descubrir la felicidad: los derechos, el mayor invento.

Da que pensar que de todas las preocupaciones que apunta la ciudadanía, rara vez se sitúa la educación entre los primeros retos. Tres son los puntos cruciales para una política de excelencia: la acción educativa de las familias, la acción educativa de la escuela y la acción

educativa de la sociedad. Se observan déficits estructurales en las sustituciones, en la adjudicación de los puestos de trabajo, en los interinajes, en la concreción de la equidad, en el ocio… Los sistemas sociales funcionan si se establece una vigilancia firme sobre la calidad de la información, reflexionaba Elinor Ostrom (gran olvidada; la primera mujer en ganar el Nobel de economía). Faltan buenas gestorías que organicen, con talento, climas y ambientes más positivos, solidarios y cohesionados, con bondad, el mayor estado de la inteligencia, como decía Richard Davidson.

Las soluciones, cuando llegan tarde se convierten en problemas y cuando los sesgos doctrinales impiden un correcto análisis, pasan a ser conflictos, estropean la posibilidad de soluciones válidas. Falta planificar mejor la claridad; los obstáculos de la educación son sistémicos, no son problemas técnicos, definirlos bien, sin presiones partidistas, será fundamental para establecer grandes objetivos.

Francesc Reina

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