«El día que el triunfo alcancemos/ ni esclavos ni dueños habrá/ los odios que al mundo envenenan/al punto se extinguirán /El hombre del hombre es hermano/derechos iguales tendrán/ la tierra será el paraíso/ bello de la humanidad» Eugene Pottier.
Los caminos de la esperanza son una constante en el ser humano, lo que invita a plasmarse en horizontes futuros armoniosos. Somos animales utópicos; una sociedad sin utopías puede acabar en proyectos totalitarios que conducen al infierno con el pretexto del paraíso.
Uno de los objetivos de la transformación social, es decir: la adaptación a las exigencias del entorno para crear nuevas condiciones de vida, es construir un mundo en el que sea más fácil ser amable y generoso; esto escribió Erik Wright, conocido por sugerir que ser optimista es la esencia del cambio.
Pero, aunque parezca mentira, cuanto mayor es la complejidad de las sociedades, menos resultan igualitarias y libres. Hablar de un movimiento fuerte que se enfrenta a sistemas injustos, incluso crueles, que acusa a los que no toleran la resistencia de los trabajadores y las demandas de mejora y bienestar -porque eso se interpone en el camino de sus beneficios- ya no es cosa fácil. No lo es descifrar la moderna declinación de las transiciones, no lo es interpretar la ideología desde donde surgen defensas o detractores.
Pero hay expertos en avivar la llama para que la gente se enfade. Algunos vendrán a decir que el sufrimiento de la pobre gente a manos de ricos es la primera confusión: una de tantas mitologías que fueron y son un disparate, pues esos engañosos entusiasmos afectivos -que despiertan en los primeros tramos de la vida adolescente- son la vía más directa hacia la servidumbre y la catástrofe. Afirman que no hay más verdad que la de la memoria (un estudio reciente rebela que el 80% de los medios de información son conservadores).
No se trata, esto, de algo actual, tiene arraigo en la historia: los argumentos y contrargumentos siguen enfrentados….Se dice que la clase obrera tiene la capacidad de alterar las cosas, que si apagara el interruptor, toda la economía podría detenerse. Hay muchas cosas en marcha, pero hacen falta direcciones hábiles que puedan guiar el camino entre sectarismos, egos y vanidades; sobre todo para unir a las organizaciones y a las poblaciones más sencillas, una tarea ingente donde pasar el tiempo discutiendo liderazgos no es la mejor opción; ¿les suena La fábula de los tres conejos?
Para tomar decisiones hay que tener en cuenta el entorno, ese que aumenta o restringe las posibilidades, que estimula o deprime. Contexto no solo económico, también cultural que influye en el funcionamiento de las instituciones, esas que nos aportan educación, sanidad, seguridad, ocupación… Vivimos en una época de profundas divisiones donde crear democracia no es simplemente compartir valores, también se trata de conformar espacios para resolver desafíos: porque el éxito de las corporaciones formales depende de las informales, de un capital comunitario fruto de políticas humildes, diseñado de abajo arriba, basado en la experiencia y no en el dogmatismo.
No es suficiente un PIB basado en el crecimiento cuantitativo, habrá que atender al “Índice de Desarrollo Humano” y a ese otro “Índice de Progreso Social”.
Sí. Avanzamos modestamente, a favor de iniciativas pequeñas: como los ”presupuestos participativos”, “la renta básica universal”, “las cooperativas de trabajadoras”, las “comunidades de aprendizaje” que involucran a familias, profesorado y vecindario; con “leyes a favor de la dignidad y los derechos de la naturaleza”, como pasó hace poco con la laguna salada más grande de Europa, en Murcia (el Mar Menor), que ha sufrido durante tres décadas ininterrumpidas agresiones del urbanismo, el turismo y la contaminación de la agricultura y la ganadería intensiva.
Tendríamos que conocernos más para decidir mejor.
Francesc Reina
